De todas las profesiones, la docencia guarda siempre un lugar muy especial en nuestras vidas, ¿quién no recuerda a aquél maestro que nos enseñó las primeras letras y el sentimiento mágico cuando empezamos a leer nuestras primeras palabras o a hacer sencillas sumas? Aunque en nuestro contexto actual ha sido demeritada por los medios, no es posible imaginar que una sociedad progrese sin escuelas o sin maestros.
Recuerdo aquellas reflexiones del maestro español José Esteve que sintetiza un sentimiento que compartimos los docentes:
“Se aprende a ser profesor por ensayo y error. Aún me acuerdo de la tensión diaria para aparentar un serio academicismo, para aparentar que todo estaba bajo control, para aparentar una sabiduría que estaba lejos de poseer...
Luego, con el paso del tiempo, corrigiendo errores y apuntalando lo positivo me gané la libertad de ser profesor. Y con la libertad llegó la alegría, la alegría de sentirme útil a los demás, la alegría de una alta valoración de mi trabajo, la alegría por haber escapado a la rutina convirtiendo cada clase en una aventura y en un reto intelectual.
Nunca encontré una mejor definición del magisterio: dedicar la propia vida a pensar y sentir, y a hacer pensar y sentir; ambas cosas juntas.
La enseñanza es una profesión especial. En ella te puedes aburrir soberanamente, y vivir cada clase con una profunda ansiedad; pero también puedes estar a gusto, rozar cada día el cielo con las manos, y vivir con pasión el descubrimiento que, en cada clase, hacen tus alumnos.
Es posible que mucha gente piense que ser profesor no es algo socialmente relevante, pues nuestra sociedad sólo valora el poder y el dinero; pero a mí me queda el desafío del saber y la pasión por comunicarlo. Me siento heredero de treinta siglos de cultura, y responsable de que mis alumnos asimilen nuestros mejores logros y extraigan consecuencias de nuestros peores fracasos”.
Hay aspectos de la Reforma que nos producen frustración, como la falta de recursos, los grupos numerosos y demás que afectan nuestros objetivos y que desafortunadamente no están en nuestras manos solucionar. Toca a nosotros hacer lo que nos corresponde, nos estamos actualizando y estamos reinventando nuestra práctica docente, para que sea acorde a las nuevas exigencias actuales y globales.
NUESTRO TRABAJO SI QUE VALE LA PENA
Es menester recordar que nuestro trabajo es realmente muy importante dado la gran cantidad de personas en edad formativa a las que influimos, para bien o para mal. A veces pensamos que uno solo no puede cambiar el mundo y minimizamos la trascendencia de nuestra función docente. Recuerdo aquella historia de aquel hombre que estaba recogiendo algunas estrellas de mar de las miles que quedaban varadas en la playa y regresándolas al mar, cuando otro hombre le cuestionó que sentido tenía regresar unas cuantas, cuando había miles o millones en todas las playas del mundo. Él le contestó: "para éstas, sí que es importante". Así también, creo que aunque percibamos el mismo salario por hacer un buen, regular o hasta mal trabajo, escojamos sin duda hacerlo lo mejor posible pues cientos o miles de estudiantes se verán beneficiados por ello. Yo estoy seguro de que muchas veces nuestros alumnos nos recordarán por los consejos, conductas y ejemplos que les hemos transmitido, más que por los conocimientos, sin demeritar la importancia de éstos últimos.
Hola Héctor:
ResponderEliminarPor otro lado en tu aventura docente me parecen muy interesantes las reflexiones que citas. Considero que la mayoría de los profesores nos iniciamos en el arte de enseñar con distintas dificultades, que si encaminamos correctamente nos permite mejorar nuestra docencia; una vez que se tiene una identidad docente encausada positivamente, se logra la libertad de ser profesor reforzando lo positivo, para revalorar esta gran misión de enseñar.